Cuento 10: La Librería de los Libros Vacíos
En un rincón olvidado de la ciudad, donde las calles eran más viejas que los mapas, existía una librería sin cartel. Nadie sabía su nombre. Tenía el polvo de siglos y el olor de los secretos. Solo se podía encontrar si no la estabas buscando.
Lucía, una joven que huía del ruido del mundo, entró por casualidad. Había tenido un día difícil: discusiones, frustración, cansancio. Necesitaba silencio, y allí lo encontró.
El lugar era inmenso por dentro, como si desafiara la lógica espacial. Estanterías hasta el techo, escaleras que llevaban a balcones invisibles, pasillos que se doblaban sobre sí mismos.
Pero lo extraño no era su tamaño, sino su contenido.
Todos los libros estaban vacíos.
No había títulos. No había autores. No había una sola palabra escrita.
—¿Es una broma? —murmuró.
Un anciano apareció detrás de un estante, vestido de gris y con ojos tan antiguos como los libros.
—No. Aquí vienen a escribir, no a leer.
—¿Cómo?
—Cada persona llena un libro con lo que trae dentro. Lo que temen, lo que aman, lo que callan. Nadie lee el libro de otro. Cada uno escribe el suyo.
Lucía dudó. Pero algo dentro de ella la impulsó a quedarse. Tomó un tomo al azar. Las páginas eran suaves, como piel de árbol. Sentóse en una mesa de roble. La tinta apareció con sus pensamientos.
“Hoy sentí que no pertenezco. Caminé entre gente, pero me sentí invisible…”
La tinta era su alma derramándose.
Volvió cada día. No hablaba con nadie. Solo escribía. Y el libro, lentamente, se llenó.
Una tarde, cuando terminó la última página, el anciano volvió.
—Ahora puedes llevarlo contigo —dijo.
Lucía lo tomó con manos temblorosas. Al salir, la ciudad era la misma… pero ella ya no.
Tenía, por fin, un libro donde existía.
Comentarios
Publicar un comentario