Cuento 13: Los Zapatos del Viento

 En un pueblo donde todos caminaban apurados, existía una pequeña zapatería que nunca tenía clientes. Estaba al final de una calle sin nombre, entre un árbol torcido y una fuente que ya no funcionaba.

Un día, Clara, una niña de mirada inquieta, entró por pura curiosidad. Dentro, todo olía a cuero viejo y a lluvia. Un anciano alto, de manos finas y rostro arrugado, la recibió con una sonrisa.

—¿Qué buscás, niña? —preguntó.

—Zapatos. Pero no comunes. Quiero... correr más rápido que el miedo.

El hombre asintió y desapareció entre los estantes. Regresó con un par de zapatos gastados, de cordones rojos.

—Son los Zapatos del Viento —dijo—. Te llevarán donde más los necesites... no donde quieras.

Clara se los puso. Sintió un cosquilleo en los pies. Antes de preguntar nada, los zapatos se movieron solos.

Corrió.

No por las calles del pueblo, sino por caminos que no existían antes. La llevaron al bosque, a la casa de su abuela enferma. Luego, a la casa de una amiga a la que había dejado de hablar. Más tarde, frente a su propio espejo, donde debió enfrentar una verdad que evitaba.

Los zapatos no eran mágicos. Eran honestos.

La hacían enfrentar lo que había olvidado, temido, ignorado. Y con cada paso, Clara se volvía más valiente.

Un día, los zapatos se detuvieron.

—¿Ya está? —preguntó.

El viento sopló suave. El anciano apareció otra vez, como si siempre hubiese estado cerca.

—Ya sabés correr. Ahora podés decidir hacia dónde.

Clara se quitó los zapatos, los colocó junto a la puerta de la zapatería… y sonrió.

Tal vez, algún otro niño los necesitaría.

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