Cuento 14: La Música del Silencio
omás nació sordo. Desde pequeño, el mundo le fue enseñado como un lugar de sonidos que él nunca podría escuchar. Pero él no lo veía así.
Mientras los demás hablaban de melodías y canciones, Tomás buscaba ritmos en los árboles que danzaban con el viento, en las olas que rompían, en los pasos de la gente en la vereda.
Un día, en la escuela, la profesora pidió a cada alumno traer su canción favorita. Tomás escribió en su hoja:
"Mi canción favorita no suena. Se siente."
Todos se rieron. Menos Eva, una niña que amaba la música. Se acercó a Tomás al recreo.
—¿Cómo puede gustarte algo que no escuchás?
Tomás la llevó al patio. Cerró los ojos, tomó su mano y la puso sobre su pecho.
—¿Sentís eso? Es el latido. Es ritmo. Eso también es música.
Desde entonces, Eva y Tomás exploraron el mundo con otros sentidos. Se tiraban al pasto a “escuchar” cómo temblaba la tierra con cada pisada, notaban cómo vibraban los vidrios al paso de un tren, cómo una emoción podía tocarse con solo mirar los ojos de alguien.
Inventaron una nueva forma de escuchar: sin oídos, con todo el cuerpo.
Años más tarde, Tomás se convirtió en coreógrafo. Sus obras no tenían música… o eso parecía. Porque al entrar en escena, el público se callaba, y en ese silencio descubrían una sinfonía invisible.
Porque, a veces, lo que no se oye… también canta.
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