Cuento 15: El Día que Desapareció el Color

 Una mañana, el mundo amaneció gris.

Nadie supo por qué. Los árboles eran grises, el cielo era gris, hasta las personas. La comida no tenía sabor. Las flores no tenían olor. Los ojos no tenían brillo.

La gente se acostumbró. Se volvió práctica. Ya no discutían por colores, ni por gustos. Todo era igual. Todo era... correcto.

Hasta que nació Sofía.

Desde bebé, lloraba al ver la monotonía. Lloraba como si recordara otro mundo. A los cinco años, empezó a dibujar con crayones invisibles. Sus padres pensaban que jugaba. Pero un día, en la pared de su cuarto, apareció una mariposa roja.

La noticia se esparció. Médicos, científicos y periodistas querían saber cómo lo había hecho.

—No lo hice —decía ella—. Solo recordé.

Con el tiempo, más dibujos surgieron: un sol naranja, un pez azul, un abrazo amarillo.

Sofía no pintaba objetos. Pintaba emociones.

Un día, su escuela la obligó a parar. “No podemos permitir diferencias”, decían. Pero ella no obedeció. Regaló pinceles invisibles a sus amigos. Les enseñó a pintar con el alma.

Y entonces, el mundo comenzó a colorearse otra vez.

No todo a la vez. Primero las miradas. Luego los abrazos. Después los lugares olvidados.

El color había vuelto. Pero no desde afuera.

Desde adentro.

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