Cuento 8: La Niña del Cuaderno Roto
Lucía era una niña callada. No porque no tuviera nada que decir, sino porque lo que quería decir era difícil de poner en palabras. Mientras los otros niños hablaban de fútbol, videojuegos o bailes virales, ella observaba. Le gustaba mirar cómo se movían las hojas de los árboles, cómo las sombras cambiaban de forma según el sol, cómo los adultos fingían sonreír cuando en realidad estaban cansados.
Desde pequeña, tenía un cuaderno viejo, de tapas deshilachadas y hojas arrugadas, donde escribía todo lo que no decía. Pero no lo hacía como un diario común. Su cuaderno era... distinto.
Todo lo que escribía allí se volvía real.
Al principio, pensó que eran coincidencias. Un día escribió: "Ojalá mañana no haya clases", y esa noche cayó una tormenta tan fuerte que se suspendieron todas las actividades.
Después escribió: "Quiero que mi gato perdido vuelva a casa", y tres días después, Pancho apareció maullando en la puerta, sucio pero sano.
Con el tiempo, entendió el poder que tenía.
Pero no lo usaba para cosas grandes. Lucía no pedía castillos, ni fama, ni superpoderes. Solo escribía cosas pequeñas: "Que Clara tenga un día feliz", "Que el pan de la tienda venga calentito", "Que mi mamá sonría sin estar cansada."
Y el mundo, discretamente, obedecía.
Hasta que un día, un compañero de clase llamado Bruno encontró el cuaderno. Lo hojeó mientras ella estaba en el recreo. Al principio se burló.
—¿Creés que sos una bruja o algo? —le dijo.
Lucía no respondió. Solo bajó la cabeza. Pero Bruno, curioso, arrancó una hoja y escribió:
"Que el profe de matemáticas desaparezca."
Al día siguiente, el maestro tuvo un accidente en su auto. No fue grave, pero no volvió a dar clases ese año.
Bruno palideció.
—¿Qué es este cuaderno? —preguntó, devolviéndoselo como si quemara.
Lucía lo tomó con cuidado.
—No es mío. Solo me lo prestó el silencio.
A partir de entonces, lo cuidó aún más. Escribía menos. Solo cuando lo sentía justo. Hasta que un día, al volver del colegio, vio a su madre llorando frente a una carta: la empresa donde trabajaba cerraba. Se quedarían sin casa.
Lucía abrió el cuaderno y escribió:
"Que encontremos algo mejor, aunque no sepamos dónde."
Esa noche, no pasó nada. Ni la siguiente.
Pero al tercer día, un tío lejano que nunca llamaba los invitó a vivir con él en el sur. Tenía una casa vieja, con huerta y perros, y necesitaba compañía.
Lucía y su madre se mudaron. El aire era más limpio. El cielo más amplio. Y por primera vez en mucho tiempo, la niña dejó de escribir. No porque el cuaderno se hubiera roto, sino porque su mundo ya era como lo imaginaba.
Guardó el cuaderno en una caja. Lo envolvió con tela y le puso una nota: "Para quien necesite escribir lo que no se puede decir."
Años después, otra niña lo encontraría.
Y el mundo volvería a transformarse, palabra por palabra.
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